Fernando Vallejo – tertulia

Esta tarde de finales de junio comenzaremos llamando al setenta y cinco ciento veintitrés. “A la finca de Santa Anita, la que quedaba entre envigado y sabaneta, y de la que existe un hueco vacío lleno de aire. La finca que queda saliendo de Medellín, Colombia, de propiedad de Raquel Pizarro”.
La abuela añorada de Fernando Vallejo nuestro escritor de hoy. Y como el mismo Fernando lo dice, en el fuego secreto; “somos repetitivos, redundantes”. Fernando Vallejo parodiando a uno de sus grandes afectos literarios y poéticos, Porfirio Barba Jacob, en su parabola del retorno; da círculos, viene y va, va y viene, de Barcelona a Mexico y de Mexico a la finca Santa Anita, en su evocación de la nostalgia, que lo acompaña hasta su muerte; no porque físicamente Fernando este muerto, si no porque mucho antes de que escribiera esta obra, su ultima obra, como el mismo lo expresa, ya estaba muerto.

El escritor Colombiano, William Ospina en la presentación que hizo de su libro: el Don de la vida, dijo estas palabras: “Fernando Vallejo, lleva cuarenta años hablando de muertos, treinta hablando con muertos, y veinte declarándose muerto el mismo”.

Hablaremos hoy de La Rambla Paralela, en esa avenida o paseo de la Plaza de Cataluña a la glorieta de colón y de esta a aquella. “La rambla de insomnio insondable, le recordaba a Junín en sus buenos tiempos, del parque de Bolívar a la avenida la playa, en la difunta ciudad de Medellín”.

De la Rambla de su muerte. En un hotelito, de 2 estrellas en la Quinta de Barcelona, en la calle Ferran. En aquella alcoba donde tenía cinco relojes despertadores porque no confiaba en ninguno, la verdad, no confiaba en nadie.

Señoras, señores, amigos todos, vamos a hablar de un muerto anclado y desesperado en la nostalgia del pasado, pasado que se ha llevado los grandes globos de colores, las navidades, a su padre, su hermano, su abuela, a Santa Anita, y la bruja, su entrañable y amada bruja, que murió en sus brazos. Fernando Vallejo se dejo contagiar de esa melancolía paisa y por eso se murió desde antes, en el momento en que le empezaron a lagrimear los ojos, como a Don Roberto.

Queda este espacio abierto para el dialogo.

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